Lo que dejó el Preolímpico
Sin lograr el objetivo de avanzar a los cuadrangulares globales, el rendimiento nacional se pareció bastante al mostrado en Puerto Rico, aunque tuvo pasajes de mejor desempeño.
Las Gigantes cierran el 2019 con un dato inédito. Es la primera vez que en un año la Selección mayor apenas acumula una victoria en certámenes FIBA. Incluso si se acoplan las dos alegrías del Panamericano de Lima, la cuenta termina por debajo de los registros más flacos.
Sumando Americup y Preolímpico de Bahía la marca fue de 1-7, y se eleva a 3-9 contando Lima (que no es FIBA).
En el Torneo de Preclasificación Olímpica disputado en suelo bahiense hasta este último domingo, nuestra Selección tuvo pequeños destellos que la hicieron ver un poco mejor en relación a la tarea en Puerto Rico.
Si bien no pudo superar a un Colombia aún más disminuído al presentado en la AmeriCup (sin cuatro titulares), el primer cuarto y medio ante Brasil fue bueno.
No solo brilló la defensa, sino que el ataque mostró una de sus versiones más aceitadas, haciendo uso de los rompimientos hacia el canasto con balón, y por fin pudiéndole sacar provecho a un pick and roll por eje que en más de una ocasión, por repetitivo, terminó complicando más que siendo una herramienta para lograr ventajas.
Una vez que el cansancio comenzó a notarse, todo se desdibujó y reaparecieron los fantasmas del pasado reciente. Quizás el más notorio, el de no poder manejar las situaciones adversas en el cilindro propio.
Sucedió en las tres jornadas, siendo un mal que se acarreó desde la AmeriCup: cuando el rival focalizó por dónde hacer daño, la celeste y blanca no consiguió cerrar la herida que le generaban.
Lo hizo Brasil con Damiris y el juego en pintura; lo consiguió Colombia con Mabel Martínez, e incluso, yendo más atrás, la República Dominicana hizo sentir el rigor a través de sus ataques rápidos.
Pese a que en los papeles figuraban otros roles, en la práctica la situación fue distinta. De esa manera, el cuerpo técnico en momentos calientes del torneo optó porque el balón lo traslade Débora González, e incluso Macarena Rosset; o que Victoria Llorente trabaje en la pintura, donde realmente se siente cómoda.
Sin Durso o Gretter para apoyarse, Luciana Delabarba no desentonó. A la que le incomodó la circunstancia fue a Florencia Chagas en su debut. Casi sin poder entrar en juego desde la base, se la vio atada y no conectando con el tándem de relevos con los que le tocó pisar cancha. Salvo en un puñado de ofensivas ante Brasil, no se la utilizó como escolta tampoco. En la previa la idea era llevarla de a poco y sin muchas responsabilidades, pero lamentablemente la terminaron exponiendo.
Continuando el repaso, Rosset corrió con la mala fortuna de jugar lesionada. «Maqui» es de las garantidas del equipo, pero no pudo explotar todo su potencial a raíz de esto; mientras que Andrea Boquete lidió con el hecho de tener la pólvora mojada (2/13 en triples), y debió buscar variantes en su juego para poder aportar. Por su parte, como viene ocurriendo, Natacha Pérez casi no vio acción, pese a entregar buenos minutos defensivos y ayudar a levantar al equipo cuando piso el parquet.
Entre las internas no hubo sorpresas. Una vez más Agostina Burani fue la jugadora más rendidora de la plantilla nacional, no solo por lo hecho en el aro propio o la cantidad de puntos al terminar cada match; sino por tener la determinación de tomar esos lanzamientos en situaciones donde, nubladas, las demás integrantes del quinteto no miraban el canasto.
Al tiempo que Victoria Llorente y Ornella Santana (esta última sobre todo dando orden) ayudaron y mucho en el puesto del cuatro, aún cuando tuvieron pasajes de desventaja física.
Incluso con Santana en la plantilla, Sofía Aispurúa no quedó tan expuesta en el hecho de que continúa corriendo de atrás en su puesta a punto, y el cuerpo técnico pudo evitar mandarla al campo por tanto tiempo, y así no dejarla tan en evidencia. Con pocos minutos como para hacer diferencias, Celia Fiorotto rindió (sobre todo ante Brasil) cuando le dieron la oportunidad; mientras que para Sol Castro fue todo positivo.
Como saldo, nuevamente la rotación corta volvió a perjudicar la idea de juego. La búsqueda de intensidad, presión y ritmo frenético a lo largo de los 40 minutos chocó directamente con el hecho de jugar sólo con siete. Mientras ese grupo acumuló como piso más de 21 minutos en el parquet, las otras cinco tuvieron como techo el hecho de no llegar a los 9. Quedó en evidencia cuando el cansancio afectó el desempeño nacional en el promedio del segundo cuarto ante Brasil, siendo la bisagra para el total despegue del clásico rival.
El ataque, a excepción de un par de minutos ante Estados Unidos, y el primer tiempo ante las brasileñas, también cayó en vicios que lo terminaron nublando. La repetición se transformó sistemáticamente en previsibilidad, y la misma conjugada con la falta de puntería ante tiros que no eran los buscados, llevó a largas sequías de anotación.
Con los antecedentes de la gran AmeriCup 2017, y el título sudamericano en 2018, sin lugar a dudas no fue el año esperado para la Selección mayor, pese a que ese tema será materia de otro artículo.
Con la ilusión de los Juegos Olímpicos de Tokio ya en el baúl de los recuerdos, será momento de comenzar a focalizarse en lo que sigue para Las Gigantes, lo cual en 2020 tiene un solo nombre: Sudamericano.
Foto: FIBA.
Emanuel Niel
@ManuNiel